Sunday, October 10, 2004

Prólogo

Alguna vez en esta Patria, hubo una generación signada por el deseo de desterrar de su suelo la desigualdad y la injusticia. Hija de las proscripciones y la intolerancia, bebedora juvenil de aquel mayo francés, avanzó en Argentina sin atender los límites de ese tiempo ni dejar espacio a la especulación.
Soy parte de esa generación. También lo fue Ana María Ponce. Alguna vez juntos, compartimos en Ezeiza la vigilia ilusionada del retorno de Perón a la Argentina. Y en esa misma ocasión, juntos escapamos de las balas que enloquecidas volaban sobre nuestras cabezas.
Ya ese día empezaron a mellar nuestros lozanos sueños y aquella Argentina imaginada empezó a acercarse lentamente a las tinieblas en las que habitaban la persecución, la tortura, la desaparición y la muerte.
Como miles de jóvenes en aquellos aciagos años, Ana María Ponce fue arrancada de sus afectos, privada de su libertad y sometida al escarnio de sus carceleros. Los rincones de la macabra Escuela de Mecánica de la Armada supieron de sus angustias, de sus dolores y de sus infinitas penas.
Aún así, tanta oscuridad no pudo apagar su alma. Y en esos mismos rincones en donde el pesar tantas veces la hizo presa, fue forjando en poemas el testimonio de quien camina amordazado hacia su inalterable destino.
El amor por su compañero, el recuerdo permanente de su hijo, la evocación del tiempo en el que el sol brillaba y la ilusión del día en el que la libertad le fuera devuelta, fueron causas determinantes de cada una de estas letras que hoy retumban entre nosotros con la fuerza propia de lo imperecedero.
Privada de sus amores, arrinconada por la irracionalidad y la barbarie, empujada sin piedad hacia su muerte, Ana María Ponce se dio un espacio para trascender esos años de plomo y llegar hasta aquí, tan sólida como entonces, tan presente, ejercitando nuestra memoria colectiva para que nadie más en esta Patria deba soportar tanto padecimiento.

Dr. Néstor Carlos Kirchner